LA PREDILECCIÓN DEL CONDE DUQUE POR EL MISTERIO DE LA CONCEPCIÓN INMACULADA
“Don Gaspar de Guzmán hizo gala durante toda su vida de una religiosidad que creemos sincera, en compañía de la virtuosa y austera condesa Inés de Zúñiga, algo que por otra parte no era ajeno a la generalidad de las personas nobles de su tiempo, y que iba en consonancia con el creciente prestigio de la casa de Olivares en la España del primer cuarto del siglo XVII. Esta inquietud trascendió en la erección de numerosos patronatos sobre diversos conventos, santuarios y órdenes religiosas, pero sobre todo en la fundación de algunos nuevos monasterios masculinos y femeninos en diversos lugares de sus dominios señoriales.
La devoción y el amor a la Virgen María está presente en todos ellos, pero muy especialmente procuraron los condes la veneración del misterio de su Inmaculada Concepción, que el conde tuvo presente durante toda su vida, como quedó patente cuando dictó su testamento, otorgado en Madrid en 1642; declara don Gaspar en los primeros párrafos, en los cuales era entonces habitual reflejar la profesión de fe católica de los otorgantes, después de pedir perdón a Dios por sus “muchos y muy grandes pecados”, que “asimismo a la gloriosísima Virgen y Madre de Dios abogada de los pecadores suplico por su purísima concepción sin pecado original lo sea mía y no me desampare en la hora de mi muerte, sino que con el Ángel de mi guarda y los demás...me ayude con su especial favor para que mi alma consiga la bienaventuranza para que fue criada”.
Años atrás, en 1626, cuando los terceros condes de Olivares decidieron llevar adelante lo que había sido un anhelo de sus antecesores inmediatos, es decir, la fundación de un monasterio de monjas dominicas (se elegía ésta orden porque Santo Domingo de Guzmán era considerado el más ilustre antecesor en el árbol genealógico de los guzmanes), el cenobio fue puesto bajo la advocación de la Inmaculada Concepción. Además, en la escritura de fundación y dotación de este monasterio, otorgada en Madrid el 5 de enero de 1626, manda el conde que las religiosas celebren determinadas fiestas con especial solemnidad, unas en memoria del rey y otras como devociones particulares de los patronos y su familia, declarando textualmente que “quiero que por mi devoción se celebren las fiestas de nuestra Señora de la Concepción con su octava y todas las demás fiestas de nuestra Señora”, lo que indica claramente la predilección especial del conde por el misterio de la Inmaculada, algo que queda corroborado más adelante al hablar de los retablos e imágenes que debían colocarse en la iglesia conventual, cuando dicen los patronos que “queremos y ordenamos que en el altar mayor de la yglesia del dicho Convento aya en la parte principal del retablo una ymagen de la concepción de nuestra señora”.
Este monasterio, que en un principio se estableció en la localidad sevillana de Castilleja de la Cuesta, fue trasladado por orden de los condes a la villa madrileña de Loeches en 1639, donde aún continúa en nuestros días,...
Pero donde más amplia y explícitamente se pone de manifiesto que la de la Inmaculada era la devoción mariana predilecta del Conde Duque es en las páginas de los estatutos que el propio noble se encargó de redactar…
En los dos siguientes estatutos se dispone que en este altar debía arder perpetuamente una de las cinco lámparas grandes de plata que habría de haber en el templo, así como que debía ser desde este altar, convenientemente adornado al efecto, desde donde se expondrían solemnemente al pueblo las reliquias en tres fechas señaladas del año, cuáles eran el día siguiente a la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves en agosto y los segundos días de las Pascuas de Navidad y Resurrección. Ya en el título VII, donde se trata de “las cargas y obligaciones que han de tener el Abad y Cavildo y los demás acerca de los Oficios Divinos y Fiestas que se han de celebrar”, se establece que el día de la Concepción de la Virgen deberían celebrarse “maitines solemnes a canto llano”, una misa Pontifical cantada que tendría que presidir el propio abad de la colegiata, y una solemne procesión por las calles que haría estación al “convento de monjas”; hay que precisar que el Conde Duque hacía esta mención porque su intención era en principio fundar en Olivares el monasterio de dominicas que finalmente se establecería en Castilleja de la Cuesta.
Por otra parte, la capilla musical de la iglesia colegial alcanzaría efectivamente un gran auge en el siglo XVIII, y de ello es testigo el fondo musical que aún se conserva en su archivo. Finalmente, en el estatuto XII de este mismo título VII se ordena que “todos los sábados por la mañana, fuera del Sábado Santo, antes de Prima, se dirá Misa de nuestra Señora, cantada a Canto de Órgano, conforme al tiempo y Misal Romano, en el Altar de la Concepción de nuestra Señora con mucha solemnidad”.
Por lo que se contiene en los Estatutos, es claro que la intención del fundador era otorgar un papel preponderante en la colegiata a la Imagen y altar de la Inmaculada, un mandato que luego, como veremos seguidamente, se vería cumplido solamente a medias y con mucho retraso por el cabildo, en parte a causa de la demora en la finalización de la edificación del templo, y en parte porque tras la muerte de los patronos y el progresivo alejamiento de sus sucesores, fueron surgiendo otras prioridades en lo relativo al adorno de la iglesia colegial.
De cualquier forma, conviene dejar sentado que el culto a la Virgen en su Inmaculada Concepción que tanto deseó el Conde Duque no decayó nunca, impulsado a veces paradójicamente más por el pueblo que por los propios capitulares.”
Extraído del artículo “La Inmaculada Concepción en la Colegiata de Olivares” Francisco Amores Martínez
Actas del Simposium, La Inmaculada Concepción en España: religiosidad, historia y arte, 2005, págs. 1031-1062
La imagen de la Inmaculada Concepción de la Virgen que se venera en la Colegiata, fue realizada en el taller de Gabriel de Astorga en 1855, coincidiendo con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción sin pecado original de la Santísima Virgen María por la Iglesia.
La talla de la Virgen de la Inmaculada está situada sobre una peana de madera dorada y adornada con cabezas de querubines. Es una talla de candelero para vestir y con cabello natural, está orlada con una diadema de plata con estrellas y media luna a sus pies.
A esta advocación mariana se le dedica la Octava de la Inmaculada, siendo colocada la imagen para esta festividad en el altar mayor de la Colegial.